La Generación E: estímulos, estímulos y más estímulos…
Giovanni Cunha
Encontrar un equilibrio en la era digital supone un reto muy grande el cual debe ser evaluado con cautela, pues, la tecnología utilizada en exceso, sin un propósito y sin auto conciencia puede traer efectos negativos en nuestros niños y jóvenes.
Como profesor, analizo constantemente el panorama al que me enfrento y realizo pausas para reflexionar sobre cómo lograr que mis alumnos aprendan. paradójicamente, el objetivo de la enseñanza no es enseñar sino lograr que los estudiantes aprendan. En este recorrido de casi 3 años he podido evidenciar los grandes retos que suponen ser un maestro en el siglo XXI y que ninguna teoría educativa puede predecir o ningún estudio te preparará lo suficiente hasta que te enfrentas con la realidad del salón de clases.
Ya anteriormente en mis prácticas universitarias me preguntaba: ¿por qué a algunos niños les cuesta tanto mantener el foco de atención en una actividad específica? ¿Cómo logro mantener su atención durante un mayor periodo de tiempo? ¿Acaso soy un profesor aburrido? ¿Acaso no cuento con las herramientas necesarias para enseñar? Preguntas como estas empezaban a generar frustración en un entonces novato profesor que no lograba comprender dónde residía el problema.
Una tarde caminando por el centro comercial Mall Plaza, quedé perplejo ante una imagen que, luego de esa primera vez, vi innumerables veces: una familia sentada en una mesa, cada uno con su celular y una niña abstraída mirando las luces, los colores y los sonidos que salían de la pantalla de su tablet. Me senté en una mesa cercana, como quién se sienta en primera fila en una obra de teatro para apreciar los gestos y emociones de los actores. Mientras más pasaba el tiempo quedaba más y más anonadado con la obra de teatro que estaba ante mis ojos y que tenía de fondo la horrenda canción “Estamos Clear” de Bad Bunny. Cuando el mesero trajo la comida, pensé que tal vez los padres tomarían la tablet de su hija o le pedirían que la guardara ya que había llegado el tan anhelado momento de la cena. Pero, vaya sorpresa, la niña siguió ensimismada en la pantalla, mientras la mamá le daba la comida bocado a bocado, no sin antes dejar de masticar de vez en cuando para reírse por algún destello o sonido que producía el capítulo del programa La Casa de Mickey Mouse que veía en Youtube.
En su libro No-Cosas el filósofo Byung-Chul Han afirma que la consecuencia de la marea de objetos digitales, en particular, es una pérdida del mundo. Aquella escena que presencié me dejó con una gran preocupación. Estaba ante un panorama bastante desesperanzador. El sentido de unión familiar y de compartir fue carente en todo momento. No logré divisar un momento en el que los padres y su hija hicieran contacto visual así sea por unos instantes y es esto algo tan inquietante porque es en la mirada de una madre o un padre que un niño pequeño halla apoyo, autoafirmación y comunidad. La comunidad tiene una dimensión física y es a través de la corporeidad y la vista con la cual esta se solidifica.
Ese día no logré responder todas las preguntas que invadían mi mente acerca de ser profesor pero sí tenía un indicio que algo no iba muy bien. Aún así, luego de ese suceso, seguí afirmando que quizá no tenía las suficientes herramientas para ser un buen docente y huí algunas veces de la clase de pedagogía pensando que no era bueno para enseñar. En muchas ocasiones me refugié en mi violín – mi amigo incondicional – para no lidiar con aquellas preguntas que me frustraban. Sin embargo, en medio de aquel estado de práctica hiperconcentrada mi mente divagaba y volvía de vez en cuando a aquellas situaciones para elaborar sobre las incógnitas que cada día se acrecentaban. Fue en ese momento, luego de una pandemia y sin estar en el radar de mis intenciones, en el cual la vida – como queriendo demostrarme en forma de dicho “el que no quiere caldo se le dan dos tazas” – me direccionó a trabajar en el Altamira, el colegio que había sido mi hogar desde que tenía dos años (inicié en el Nido Altamira hacia el año 99’ cuando en ese entonces se llamaba Kids Korner).
Fue en este campo de batalla, en donde solo los guerreros apasionados con el anhelo de inculcar a los niños y a los jóvenes lo que nos hace seres humanos integrales, en el cual logré con el paso del tiempo responder aquellas preguntas. Entre más enseñaba, más aprendía, más buscaba recursos, más leía, y entre más aprendía más comprendía a mis estudiantes. Cada niño es un mundo y su forma de aprender varía dependiendo de sus aptitudes, su desarrollo motor y sus experiencias. Así también, su spam atencional tiene una relación directa con su edad y es mucho menor al de los adultos. Sin embargo, a pesar de tener esto como consideraciones para desarrollar mis clases, seguía notando, como en mis primeras prácticas, que llegaba un punto – en un muy corto periodo de tiempo – en el que mis alumnos no recibían de parte mía los impulsos necesarios para mantenerse conectados entre las mil y una maromas que me inventaba para enseñarles. Por otro lado, percibí en algunos estudiantes algunas actitudes carentes de empatía y conciencia que debía reforzar constantemente. No está de más decir que me impresionaba el incremento de los maestros y las maestras sombra y el aumento de reportes de neuropsicología que recibía a través del correo electrónico informando sobre un nuevo diagnóstico de TDAH.
Un fin de semana, mientras rondaba como tiburón en modo resolución de problemas, me topé en la sección de novedades con el libro de Anna Lembke “Generación Dopamina, cómo encontrar el equilibrio en la era del goce desenfrenado”. Fue en este libro donde realicé algunos hallazgos que no pensé que me llevarían a conectar con la realidad de mis clases. Entre más leía más cercanía sentía con algunos mensajes que el libro quería darme a entender y encontré frases como “el exceso de placer conduce al dolor” y “el placer y el dolor funcionan como una balanza”.
Denme un momento para explicarles por qué considero que esto tiene una relación directa.
Existe una gran paradoja: el hedonismo o la búsqueda del placer por sí mismo, conduce a la anhedonia.
La dopamina – un importante neurotransmisor en nuestro cerebro involucrado en el sistema de recompensa- desempeña un papel muy importante en la motivación para obtener una gratificación y cuanta más cantidad de dopamina libera una sustancia y más rápido lo hace (consideremos un smartphone o tablet como un objeto-sustancia), más adictiva resulta esa sustancia. Es entonces cuando poderosos mecanismos de autorregulación entran en acción para tratar de mantener un equilibrio. Cuando más presionamos en exceso la balanza hacia el lado del placer (entre más utilizamos el smartphone o la tablet), unos pequeños gremlins empiezan a saltar al otro lado de la balanza (el lado del dolor) para contrarrestar la presión en el lado del placer. Esos gremlins representan la tendencia de cualquier sistema vivo a mantener el equilibrio fisiológico. Una vez que el equilibrio está nivelado, el proceso continúa, inclinando la balanza en una medida igual y opuesta hacia el lado del dolor. Con la repetición, nuestros gremlins se hacen más grandes, rápidos y numerosos y necesitamos más cantidad de nuestra sustancia preferida para obtener el mismo efecto. En resumen, la ciencia nos enseña que todo placer tiene un precio y que el dolor que le sigue es más duradero y más intenso que el placer que lo originó.
Básicamente con la exposición prolongada y repetida de estímulos placenteros nuestra capacidad de tolerar el dolor disminuye y nuestro umbral para experimentar el placer aumenta. Fue esta premisa la que me llevó a conectar que quizá la tablet de aquella niña en el centro comercial funcionaba como una droga, una sustancia que desencadena la liberación de dopamina en el sistema de recompensa de nuestro cerebro. Entre más usaba su tablet más cantidad de tiempo de este aparato necesitaba para sentir placer y esto generaba una dependencia. Esto suena fuerte, pero es una realidad.
Esto me llevó a preguntarme si realmente este panorama podría tener alguna incidencia en la dispersión de mis estudiantes en clase y el porqué debía cambiar la actividad o buscar una forma de volver a engancharlos tan rápidamente. Entonces me planteé la situación, que quizá por más creativo y divertido que fuera en mis clases jamás podría competir con el apetito insaciable de distracciones que un dispositivo electrónico, como una tablet, generaba y debía redireccionar mis enseñanzas.
A partir de esto, comencé a leer estudios e inicié una tarea investigativa – que aun no concluyo – pero la cual indica, en base a los artículos analizados, que en la edad escolar y en la adolescencia el uso excesivo de dispositivos electrónicos, repercute sobre la capacidad de concentración, el rendimiento escolar y sobre la cantidad y calidad del sueño nocturno de niños y jóvenes. Asimismo, a mediano plazo, se ha relacionado con mayor riesgo de sobrepeso, déficit de atención, y el riesgo de adoptar una actitud pasiva frente al mundo.
Al descubrir este panorama, mi labor como docente se encausó y logré darle propósito a cómo quería aportar a través del don de la música y la vocación como maestro que Dios me regaló. ¿Cómo podía ayudar a los niños a generar un mejor balance en un mundo que promueve la gratificación inmediata y el placer sin control a través del consumismo, el entretenimiento, las redes sociales y los dispositivos electrónicos utilizados desenfrenadamente?
La respuesta siempre estuvo tan lejos pero tan cerca; siempre estuvo a mi lado: mi violín. Aprender a tocar un instrumento musical no es tarea fácil como lo es desplazarse por la pantalla de un smartphone. Tocar un instrumento requiere de mucha atención plena, dedicación, disciplina y mucho esfuerzo en un proceso que tiene como base la paciencia y no un resultado inmediato sino de pequeñas y progresivas victorias. Además, a través de su aprendizaje se promueve la concentración y a la vez la creatividad. Por un lado, aprender las técnicas fundamentales del instrumento requiere de activar un estado de hiperfocalización para lograr crear hábitos que le permitan interpretar adecuadamente. Por otro lado, cuando se han interiorizado dichas técnicas básicas, inicia un lento y secuencial proceso de exploración y profundización que permite ahondar en la creatividad a través del propio instrumento. Pero todo esto requiere esfuerzo y paciencia. Al aprender a tocar un instrumento musical, el cual es un proceso de nunca acabar, presionamos sobre el lado del dolor en la balanza que comentábamos anteriormente pues el instrumentista busca constantemente la perfección, y, muchas veces cuando algo no sale como esperábamos, surge una desesperación que con un poco de paciencia se convierte en resiliencia. Por supuesto que tocar un instrumento musical no es literalmente doloroso, pero requiere llevar aquella balanza hacia el lado del dolor solo un poco (realizando el proceso de manera opuesta) generando así un esfuerzo y una fuerza de voluntad que conllevará a una cadena progresiva de gratificaciones que producirán un placer balanceado.
A partir de esto, comprendí también que está bien aburrirse, no estar bombardeado constantemente de estímulos, y que si algo no resulta lo más divertido es también parte de un proceso de aprendizaje necesario. La carencia de estímulos, o por otro lado, que algo resulte retador por su nivel de complejidad y esfuerzo, nos obliga a enfrentarnos cara a cara con temas importantes como cuestiones de significado y propósito. Estos son momentos de oportunidad para el descubrimiento y la invención, ya que crea el espacio para que se fomenten nuevos pensamientos, el autoconocimiento y la reflexión.
Ahora, debo ser muy claro que no estoy satanizando la tecnología, ni más faltaba. Los dispositivos y medios digitales son un increíble complemento para la vida del ser humano y para conectar nuestro mundo; estamos cargando todo el tiempo con una universidad en nuestro bolsillo. La conectividad que permite la tecnología ofrece el potencial de romper los ciclos intergeneracionales de desventaja. En países subdesarrollados, la conectividad digital, a través del internet, ha logrado que muchos niños puedan tener acceso a la educación. Aún así, existen todavía muchos niños no conectados que se están perdiendo de recursos educativos y acceso a la información general, así como de oportunidades para aprender, explorar amistades y establecer nuevas formas de autoexpresión. El rechazo absoluto del uso de medios digitales, así como su uso excesivo, suele tener efectos negativos en nuestra sociedad, mientras que un uso moderado puede ser muy provechoso. La tecnología ha avanzado mucho más rápido de lo que los seres humanos podemos comprender, que aún no estamos a la altura de esta y no sabemos discernir entre lo que nos es útil y lo que es basura. Además, desconocemos muchos efectos adversos que apenas estamos descubriendo; es como una vacuna que no ha sido testeada lo suficiente y ya está siendo aplicada.
Como maestro, le hubiera querido decir a aquellos padres ese día en el centro comercial que el exceso de esa sustancia llamada tablet estaba siendo perjudicial para la creatividad, la concentración e incluso la salud mental de su hija. Así también, estaban perdiendo una valiosa oportunidad de conectar con ella en la cercanía, desde el afecto de la mirada y el calor de un abrazo. Ah, también me hubiera gustado ofrecerles unas clases de violín para la pequeña.