El amor: el tema mayor
Cuando me dispuse a escribir este artículo, me invadieron muchas ideas sobre posibles temas. Pensé, por ejemplo, en escribir sobre la resiliencia y la capacidad heredada de eliminar rápidamente el cortisol (la hormona del estrés) del organismo. También contemplé abordar la despiadada competencia a la cual se enfrentan las nuevas generaciones, y la consecuente presión que padres y maestros ejercemos sobre nuestros chicos para que se conviertan en triunfadores. Y a su vez, me rondó la idea de promover “aquí” valores como la solidaridad, la compasión, el respeto por los otros… Pero inevitablemente, todo me conducía a un tema mayor: el amor.
Si, el amor vino a constituirse en el gran punto de confluencia: tanto para ser resilientes (capacidad del ser humano para adaptarse positivamente y superar las situaciones adversas), como para ser competitivos (a partir de convertirnos en nuestra mejor versión), y ser solidarios, compasivos, y respetuosos con nuestros semejantes, es imprescindible el amor. El amor como energía salvadora y transformadora. El amor como voluntad. El amor como inspiración. El amor como motivo, y como fin. El amor como la fuerza, el “motor” que mueve al mundo.
No es cursi asegurar que el amor es la razón de todo. Y al referirme al amor no me limito en exclusiva al amor romántico. El amor tiene tantas facetas y se expresa de tantas maneras, que podemos identificarlo con nuestros sueños, pasiones y aficiones, con cada cosa que para nosotros tenga significado.
Pero ¿cómo cultivar el amor en cada aspecto de nuestra vida?, ¿cómo ser conscientes de su poder extraordinario? Pienso, siento y creo, que el primer paso para conquistar el amor más grande de todos, que es el amor a nosotros mismos, en la medida en que amarnos es amar y honrar a nuestro creador, es empezar por conocernos, ser conscientes de nuestras virtudes y fortalezas, y poner todo eso único y maravilloso que somos, al servicio de los otros, para bien del mundo. Sólo que a veces estamos tan extraviados de nuestra propia esencia, que buscamos el amor afuera, e incluso nos esmeramos en darlo a los demás sin detenernos a pensar que la fuerza expansiva del amor sólo se activa cuando la descubrimos en nuestro interior.
En la casa, en la escuela, en la universidad nos enseñan muchas cosas valiosas, pero no nos enseñan tal vez la más importante: a amarnos. No nos enseñan que el amor propio puede arreglar aquello que otros han roto, que quien se ama a si mismo jamás se sentirá agredido por las supuestas ofensas de los demás, ni exigirá disculpas o se involucrará en conflictos por ganar atención o tener la razón.
Vale destacar que quien se ama a si mismo de una manera genuina y saludable, jamás experimentará celos, o envidia por el éxito de los otros, porque se sentirá en control de su vida y con plena capacidad para conquistar sus propios sueños. Quien se ama a si mismo siempre sabrá valorar el amor de quienes lo rodean y devolverá ese amor con creces, a través de sus talentos, sus virtudes y en especial, sus actos.
Aprender a amarnos entonces puede asimilarse como el camino certero hacia la felicidad, hacia una vida llena de significado, con el convencimiento de que amarnos cada día un poquito más que el anterior, es el mayor propósito de todos, y la acción que ineludiblemente, rendirá mayores frutos.
Para amarte sólo basta determinación para reconocerte como ese ser único, irrepetible y especial que eres: con el cuerpo que tienes, los defectos que te mortifican, las virtudes que te hacen brillar y los altibajos, las crisis, las decepciones, los fracasos, los amores y desamores propios de esta aventura, que es tu propia vida.